Todos nos acordamos de aquello de... "No importa en que bando te hayan puesto las circunstancias..." pero al analizar muchos de los temas que hoy son actualidad caemos fácil en la tentación de alinearnos de alguna manera.
El problema israelí-palestino, Egipto o la independencia de Cataluña pueden y deben ser analizados de una manera alternativa que consistiría en responsabilizar directamente a la democracia mayoritaria simple de producir tales dialécticas fraticidas únicamente superables implantando la cultura del Consenso frente a la cultura de la Democracia.
DEMOCRACIA Y CONSENSO
En un mundo donde la confrontación se ha convertido en el principio rector que regula las relaciones interpersonales, no cabe otra posibilidad que resolver lo colectivo mediante la fría aritmética de intereses particulares que luchan entre sí por prevalecer unos sobre otros.
Así, cuando se plantean diferentes posibilidades ideológicas, no se nos ocurre nada mejor que enfrentar a sus abanderados respectivos entre si al objeto de comprobar quién o quiénes poseen un mayor respaldo. Dada la manifiesta incapacidad de alcanzar acuerdo alguno debatiendo, las cámaras de representantes no pueden, por lo tanto, albergar en su seno demasiadas opciones para evitar una ingobernabilidad que se podría resolver simplemente dialogando. Por esa razón, todos los sistemas democráticos, a través de sus respectivas leyes electorales, tienden en general a establecer un bipartidismo alternante perenne amparado, a su vez, por el chantaje del "voto útil" y convirtiendo en vergonzante ese supremo acto de expresión de la soberanía popular.
Así, en las democracias actuales, 51 individuos imponen su cosmovisión a los 49 restantes, constituyendo así una auténtica dictadura de la mediocridad. Llega esta cuestión a ser tan absurda que el número de miembros de un comité ejecutivo suele ser impar para evitar así que los posibles empates bloqueen la toma de decisiones. No importa nada la deliberación conjunta sino la correlación de fuerzas: ¿Para qué perder el tiempo dialogando?.
Solamente así, con el antepredicativo de la confrontación como telón de fondo, algo tan burdo como la democracia mayoritaria puede aparecer como el mecanismo más evolucionado que la humanidad haya desarrollado jamás para conducirse de manera conjunta.
El legado de ese miope proceder son las sociedades actuales fragmentadas en bloques sectoriales (obreros contra empresarios, padres contra hijos, hombres contra mujeres... Etc.). Es tan corta la mirada que, careciendo por completo de imaginación, muchos, en vez de plantearse fórmulas para trascender esa dinámica fraticida, optan sin embargo por elaborar "sesudos" modelos interpretativos de la realidad a partir de la actual situación sentenciando a perpetuidad esta absurda situación.
Se tiende equivocadamente a suponer que la democracia es, de alguna manera, una aproximación al consenso cuando en realidad constituye su verdadera antítesis. No existe mejor manera de asesinar un proceso consensual que someterlo al dictamen de la mayoría. Por supuesto que en un proceso consensual se vota pero solamente para sondear el grado de aceptación de una determinada propuesta y jamás para adoptar una decisión.
La conveniencia de introducir el consenso en las democracias actuales es abordada por numerosos autores de entre los que destaca el filósofo Jürgen Habermas que considera que si las normas afectan a todos, deberían emanar siempre de un consenso mayoritario.
Sin embargo tal vez el estudio más concienzudo y práctico existente al respecto es, sin duda, el elaborado por Liphart en el que se comparan, en todo el mundo, democracias fuertemente mayoritarias frente a otras de carácter más consensual. Su análisis concluye que las primeras presentan una fuerte tendencia a establecer una clara supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo, una vocación inherente al bipartidismo con sistemas y leyes electorales desproporcionales destinadas a perpetuarles en el poder, gobiernos demasiado centralizados y legislaturas unicamerales que suelen poseer la última palabra en lo referente a la constitucionalidad de su propia legislación a tenor del control que suelen poseer, a su vez, sobre el poder judicial.
En realidad el actual modelo democrático, estrictamente basado en la representatividad política, ha entrado en crisis. Por un lado, los representantes terminan por corromperse administrándolo todo como si conformasen una especie de élite aristocrática social, sometida a todo tipo de dictados, ajenos al sentir ciudadano general, con tal de mantener, a toda costa, sus privilegios. Y por otro, los representados que, por pura comodidad, acaban por desentenderse eludiendo cualquier tipo de responsabilidad al respecto.
Solamente la necesidad de introducir elementos consensuales en las democracias actuales abriría la posibilidad de establecer vías de participación ciudadana constituyendo formas alternativas de democracia mucho más directas y deliberativas, permitiendo así una mayor integración de las aparentes diferencias que, lejos de manifestar distintas posiciones ideológicas, enmascaran en realidad intereses estrictamente sectoriales.
Uno de los exponentes más claros de democracia en la que se introducen elementos consensuales lo encontramos en Suiza. El trámite legislativo en ese país está regulado por un sistema sofisticado, en el cual diversos actores políticos intervienen activamente.
La iniciativa surge cuando un consejero federal propone un nuevo proyecto de ley. Acto seguido se presenta a ambas cámaras del Parlamento por separado. La cámara que inicia el debate sobre el proyecto es la que convoca una comisión que a su vez se compone de diputados de distintas formaciones políticas con profundos conocimientos en la materia. Los diputados comisionados se encargan de llegar a un acuerdo marco.
Cuando se ha llegado a un primer acuerdo provisional en la comisión, se presenta el anteproyecto modificado a la cámara que inició el trámite legislativo para que se propongan otras modificaciones.
Después de haberse aprobado el anteproyecto de ley en esa cámara, se inicia el debate en la segunda cámara donde los representantes pueden hacer sus enmiendas al proyecto. El trámite legislativo se concluye con la aprobación vigente de la ley en ambas cámaras.
Sin embargo, en el proceso legislativo suizo también puede intervenir cualquier grupo interesado al poseer el denominado «poder refrendario» mediante el cual cabe la posibilidad de amenazar al parlamento con reunir las firmas necesarias (55.000) para convocar un referéndum sobre la ley en cuestión. El Gobierno, a su vez, para impedir que se realice la convocatoria, puede negociar proponiendo un compromiso admisible por los oponentes de la ley.
En definitiva, donde reina la confrontación, lo diverso dificulta la gobernabilidad pero si se abre el diálogo con una actitud integradora, lo distinto enriquece.
En un mundo donde la confrontación se ha convertido en el principio rector que regula las relaciones interpersonales, no cabe otra posibilidad que resolver lo colectivo mediante la fría aritmética de intereses particulares que luchan entre sí por prevalecer unos sobre otros.
Así, cuando se plantean diferentes posibilidades ideológicas, no se nos ocurre nada mejor que enfrentar a sus abanderados respectivos entre si al objeto de comprobar quién o quiénes poseen un mayor respaldo. Dada la manifiesta incapacidad de alcanzar acuerdo alguno debatiendo, las cámaras de representantes no pueden, por lo tanto, albergar en su seno demasiadas opciones para evitar una ingobernabilidad que se podría resolver simplemente dialogando. Por esa razón, todos los sistemas democráticos, a través de sus respectivas leyes electorales, tienden en general a establecer un bipartidismo alternante perenne amparado, a su vez, por el chantaje del "voto útil" y convirtiendo en vergonzante ese supremo acto de expresión de la soberanía popular.
Así, en las democracias actuales, 51 individuos imponen su cosmovisión a los 49 restantes, constituyendo así una auténtica dictadura de la mediocridad. Llega esta cuestión a ser tan absurda que el número de miembros de un comité ejecutivo suele ser impar para evitar así que los posibles empates bloqueen la toma de decisiones. No importa nada la deliberación conjunta sino la correlación de fuerzas: ¿Para qué perder el tiempo dialogando?.
Solamente así, con el antepredicativo de la confrontación como telón de fondo, algo tan burdo como la democracia mayoritaria puede aparecer como el mecanismo más evolucionado que la humanidad haya desarrollado jamás para conducirse de manera conjunta.
El legado de ese miope proceder son las sociedades actuales fragmentadas en bloques sectoriales (obreros contra empresarios, padres contra hijos, hombres contra mujeres... Etc.). Es tan corta la mirada que, careciendo por completo de imaginación, muchos, en vez de plantearse fórmulas para trascender esa dinámica fraticida, optan sin embargo por elaborar "sesudos" modelos interpretativos de la realidad a partir de la actual situación sentenciando a perpetuidad esta absurda situación.
Se tiende equivocadamente a suponer que la democracia es, de alguna manera, una aproximación al consenso cuando en realidad constituye su verdadera antítesis. No existe mejor manera de asesinar un proceso consensual que someterlo al dictamen de la mayoría. Por supuesto que en un proceso consensual se vota pero solamente para sondear el grado de aceptación de una determinada propuesta y jamás para adoptar una decisión.
La conveniencia de introducir el consenso en las democracias actuales es abordada por numerosos autores de entre los que destaca el filósofo Jürgen Habermas que considera que si las normas afectan a todos, deberían emanar siempre de un consenso mayoritario.
Sin embargo tal vez el estudio más concienzudo y práctico existente al respecto es, sin duda, el elaborado por Liphart en el que se comparan, en todo el mundo, democracias fuertemente mayoritarias frente a otras de carácter más consensual. Su análisis concluye que las primeras presentan una fuerte tendencia a establecer una clara supremacía del poder ejecutivo sobre el legislativo, una vocación inherente al bipartidismo con sistemas y leyes electorales desproporcionales destinadas a perpetuarles en el poder, gobiernos demasiado centralizados y legislaturas unicamerales que suelen poseer la última palabra en lo referente a la constitucionalidad de su propia legislación a tenor del control que suelen poseer, a su vez, sobre el poder judicial.
En realidad el actual modelo democrático, estrictamente basado en la representatividad política, ha entrado en crisis. Por un lado, los representantes terminan por corromperse administrándolo todo como si conformasen una especie de élite aristocrática social, sometida a todo tipo de dictados, ajenos al sentir ciudadano general, con tal de mantener, a toda costa, sus privilegios. Y por otro, los representados que, por pura comodidad, acaban por desentenderse eludiendo cualquier tipo de responsabilidad al respecto.
Solamente la necesidad de introducir elementos consensuales en las democracias actuales abriría la posibilidad de establecer vías de participación ciudadana constituyendo formas alternativas de democracia mucho más directas y deliberativas, permitiendo así una mayor integración de las aparentes diferencias que, lejos de manifestar distintas posiciones ideológicas, enmascaran en realidad intereses estrictamente sectoriales.
Uno de los exponentes más claros de democracia en la que se introducen elementos consensuales lo encontramos en Suiza. El trámite legislativo en ese país está regulado por un sistema sofisticado, en el cual diversos actores políticos intervienen activamente.
La iniciativa surge cuando un consejero federal propone un nuevo proyecto de ley. Acto seguido se presenta a ambas cámaras del Parlamento por separado. La cámara que inicia el debate sobre el proyecto es la que convoca una comisión que a su vez se compone de diputados de distintas formaciones políticas con profundos conocimientos en la materia. Los diputados comisionados se encargan de llegar a un acuerdo marco.
Cuando se ha llegado a un primer acuerdo provisional en la comisión, se presenta el anteproyecto modificado a la cámara que inició el trámite legislativo para que se propongan otras modificaciones.
Después de haberse aprobado el anteproyecto de ley en esa cámara, se inicia el debate en la segunda cámara donde los representantes pueden hacer sus enmiendas al proyecto. El trámite legislativo se concluye con la aprobación vigente de la ley en ambas cámaras.
Sin embargo, en el proceso legislativo suizo también puede intervenir cualquier grupo interesado al poseer el denominado «poder refrendario» mediante el cual cabe la posibilidad de amenazar al parlamento con reunir las firmas necesarias (55.000) para convocar un referéndum sobre la ley en cuestión. El Gobierno, a su vez, para impedir que se realice la convocatoria, puede negociar proponiendo un compromiso admisible por los oponentes de la ley.
En definitiva, donde reina la confrontación, lo diverso dificulta la gobernabilidad pero si se abre el diálogo con una actitud integradora, lo distinto enriquece.
(Extraido del libro "El Consenso como nuevo paradigma en las dinámicas colectivas")
Luis Bodoque, miembro del partido humanista canario
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